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MICHEL PANTIN IN MEMORIAM
LE JOURNAL SPIRITE N° 80 ABRIL 2010
H O M E N A J E
EN MEMORIA




¿QUÉ ES EL ESPIRITISMO?

“No es de fe inquebrantable sino aquello que puede mirar frente a frente a la razón en todas las épocas de la humanidad” (Allan Kardec) Para definir el espiritismo, es conveniente decir en primer lugar lo que no es.

El espiritismo no es una religión 

 Creer o saber son dos cosas diferentes; si no fuera así, no tendrían razón de ser los dos verbos. A lo largo de los siglos, incluso de los milenios, el hombre ha respondido más a su instinto que a su razón. Adorador de la luna y del sol, adorador de la tormenta y del viento, no ha hecho sino temer a una realidad que no podía comprender. La experiencia de las civilizaciones antiguas nos prueba que con mucha frecuencia la naturaleza ha sido objeto de cultos, de rituales que respondían a la angustia de los hombres, es decir al desconocimiento del mundo que los rodeaba. De allí nacieron toda clase de creencias que progresivamente dieron nacimiento a los fenómenos religiosos. La historia del hombre puede reducirse a su angustia instintiva, pues la historia del hombre, es también la historia de su conciencia. Desprovistos de toda razón, es probable que nunca hubiéramos superado ese grado de creencia. Ahora bien, para nosotros los espíritas, el hombre evoluciona. Por otra parte, esa es la razón por la cual la historia del hombre evidencia también su sed de comprensión, su necesidad de conocimiento, su avidez por dominar su entorno. Así, lentamente, se desarrolló en nuestra historia lo que llamamos el razonamiento científico. Prisionero de su miedo y al mismo tiempo de su necesidad de comprender, hasta hoy el hombre nunca ha logrado realmente vencer esa paradoja. Esa es la razón por la cual se han elaborado progresivamente dos sistemas de pensamiento, por un lado el idealismo religioso, y por otra parte el materialismo ateo. Desdichadamente estas dos tendencias, a menudo llevadas hasta el extremo, no han desaparecido. Con frecuencia son causa de una gran incomprensión entre los hombres, víctimas de los sistemas filosóficos y políticos que a ellas se vinculan.
El espiritismo no es una síntesis del materialismo y de la religión, el espiritismo no puede ser síntesis de dos errores. Para nosotros, los espíritas, la naturaleza del hombre sobrepasa su contexto físico y por consiguiente sigue siendo espiritual, lo cual le da una dimensión infinita y eterna. Esta concepción no proviene de un postulado religioso, sino más bien de una experiencia histórica que, para nosotros, tiene valor de prueba. Es por eso que, dentro del respeto a los pensamientos religiosos y de la búsqueda científica, el espiritismo propone una idea nueva que pondrá fin a las oposiciones filosóficas de las que el hombre ha sufrido demasiado hasta ahora. Partiendo del principio de que es mejor saber poco que pretender creerlo todo, responderemos a nuestros adversarios que es engañar el público afirmar que el espiritismo es una religión. La idea de Dios está incluida en el carácter infinito que damos a la dimensión humana. Se trata de un razonamiento y no de un acto de fe.

El espiritismo es una ciencia

El vocabulario provoca a menudo lamentables equivocaciones. Según nosotros, la paternidad de la palabra “ciencia” no pertenece a los únicos poseedores de un saber físico de resonancias materialistas. El espiritismo es científico pues ha sido objeto de numerosas investigaciones, de múltiples estudios, de observaciones sabias, todos trabajos establecidos para probar la existencia en el hombre de su naturaleza espiritual, de su vida y de su manifestación más allá de la muerte. Contrariamente a lo que podrían pensar algunos de nuestros detractores, la historia científica y la historia espírita están íntimamente unidas. Es tiempo de denunciar el olvido en que los científicos de hoy han colocado a sus ilustres antepasados, cubriendo así con un velo púdico, todo el interés que estos hombres de ciencia aportaron a los fenómenos espíritas. Es por lo menos singular ocultar al público los sentimientos espíritas de hombres tales como William Crookes, Thomas Edison, Edouard Branly, Camille Flammarion, Pierre y Marie Curie… y sería muy larga la lista de todos los científicos que en su tiempo estudiaron y a la vez se adhirieron a los fenómenos espíritas.
La ciencia dirá que no basta con perderse en citas y tendría razón si nos quedáramos allí; pero, he aquí que todos esos nombres tienen una historia, y esa historia está estrechamente vinculada con la prueba científica de la vida después de la muerte. Cuando afirmamos que el espiritismo es una ciencia, nos referimos al conjunto de estudios realizados a este respecto, a ejemplo de los grandes nombres que acabamos de citar. El hecho científico es por definición rigurosamente observable y aporta sin lugar a dudas la prueba de su realidad. En la historia del espiritismo, son numerosas las pruebas. Porque se ubica justamente fuera de las coacciones del estado material, el espíritu es capaz de realizar grandes prodigios, tales como apariciones, aportes y materializaciones. A fines del siglo pasado y comienzos de este, esos fenómenos fueron estudiados por grandes sabios en medio de las condiciones más rigurosas. La manifestación de los espíritus en nuestro mundo físico implica la presencia de un intermediario que llamamos “médium”, una palabra prostituida con demasiada frecuencia. El médium es por definición un ser humano particularmente sensible a las presencias invisibles. Esas presencias pueden manifestarse bajo todas las formas. Es así como en el siglo pasado, fueron definidas por Allan Kardec en su importante obra El Libro de los Médiums. Los espíritus pueden hacerse ver, oír y algunas veces hasta tocar. Pueden escribir y hablar. En resumen, emplean cada vez que es posible, todos los medios de comunicación inherentes a nuestro mundo material, con la ayuda de un sujeto llamado médium. Recordemos para la ocasión el fenómeno de aparición materializada, llamado también fenómeno de ectoplasmia. A partir de 1880, el sabio inglés William Crookes estudió las capacidades mediúmnicas de una joven de 17 años llamada Florence Cook. La sesión espírita se desarrollaba del modo siguiente: la joven médium, después de haberse concentrado, caía en un estado segundo comparable a la inconsciencia de un desmayo. Era entonces cuando los asistentes eran testigos de un fenómeno prodigioso. De la boca de Florence Cook, brotaba una sustancia blancuzca y viva llamada ectoplasma. Muy rápidamente, en algunos minutos, esa sustancia tomaba forma, dando lugar a la materialización de manos que podían palparse, de rostros y a veces, más extraordinario todavía, de cuerpos completos. Era encontrarse en presencia de fantasmas materializados. Florence Cook perdía cuarenta kilos durante la sesión, kilos que recuperaba al final de la experiencia, luego de que la materia ectoplásmica había retornado a su cuerpo. El rigor de esta experiencia es incontestable. Estos hechos se repitieron durante varios años, y de cada sesión fue levantada un acta. No es inútil añadir que los testimonios de los científicos asistentes a esas sesiones fueron corroborados por clisés fotográficos. Y no se trata sino de un ejemplo entre muchos otros pertenecientes a la historia espírita. ¿Sabían ustedes que Pierre Curie fue asustado por una mesita que levitó en el espacio, yendo a golpear su hombro? Eso desafiaba todas las leyes de la física. Sin embargo, él fue testigo de ello. En este solo folleto no nos es posible restituir todo el acervo científico del pasado que nos ha probado la existencia de la supervivencia del alma, pero como lo veremos luego, el espiritismo ha sabido cumplir con las exigencias científicas de hombres eminentes para quienes no había ninguna duda de la existencia del alma. Deseamos simplemente que la información se apropie de estos hechos para compartirlos mejor con aquellos que los desconocen.

El espiritismo es una filosofía

La observación de los hechos y la prueba de su realidad llevan a los experimentadores a reflexionar sobre sus consecuencias. La prueba de la existencia en cada uno de nosotros de un elemento inmaterial, consciente y activo, que sobrevive al cuerpo físico, sólo puede tener consecuencias filosóficas. Allan Kardec, al mismo tiempo observador y analista, fue ciertamente el hombre que mejor definió en su época la filosofía de los espíritus. Considerando que el hombre no se reducía sólo a su envoltura carnal, considerando las palabras de aquellos que se manifestaban después de la muerte, el que más tarde se convertiría en el codificador de la teoría espírita, fue revelando progresivamente esta nueva filosofía. ¿Cuáles son los principios? Los resumiremos en tres puntos que denominaremos Dios, espíritu y hombre. Para los espíritas, el universo no nació de una explosión al azar; el mundo en todas sus manifestaciones, es el resultado de un pensamiento superior y amoroso de carácter infinito que llamamos Dios. Sabemos que esa palabra conlleva, todavía hoy, en muchos de nuestros contemporáneos, un sentido ante todo religioso. Ser de justicia, símbolo de la obediencia y de la abnegación, objeto de todos los temores, para los hombres Dios tiene todavía, con demasiada frecuencia, el aspecto de un ser humano de carácter sagrado, revestido de todos los misterios y enemigo de nuestra razón. ¿Hace falta creer en Dios? Estaríamos tentados a contestar que sí, con la condición de saber que existe. Esa es toda la diferencia entre una filosofía y una religión. Para nosotros, los espíritas, no se trata de obedecer ciegamente a una fuerza suprema, sino más bien de comprender que hemos nacido de esa fuerza que es la vida, que ha querido nuestra libertad. No hace falta imaginar a Dios, menos aún adorarlo, sino sobre todo comprenderlo. El segundo punto de nuestra filosofía lleva por nombre espíritu. Como hemos dicho antes, la verdadera naturaleza del hombre es ante todo de orden espiritual, una naturaleza inmaterial que progresivamente encuentra su desarrollo, queremos decir su evolución, por medio de la materia. La historia del hombre es ante todo la historia de un espíritu que se ha debatido entre las formas más primarias de su entorno físico. Tenemos que guardar siempre en la memoria el temor, pero también el coraje, de nuestros antepasados de la prehistoria, al buscar el fuego, el abrigo del frío y que se defendían como podían contra las adversidades naturales, para sobrevivir. Esa lucha, a no dudarlo, supone un sentido filosófico, prueba de nuestra evolución. La humanidad, lejos todavía de alcanzar su perfección, comprende todo el camino recorrido respecto a sus orígenes. Para el individuo, no puede ser de otra manera. Es por eso que proponemos la idea de la reencarnación, idea que está en el origen de la filosofía espírita. No basta con una vida para considerarse un ser hecho y derecho. Sería pedante pensar lo contrario, y a la vez injusto
suponer que todo se acaba al término de una sola vida. Desde este punto de vista, las pruebas también son abundantes. Cuántos testimonios a favor de la reencarnación, como los niños que se acuerdan de sus vidas anteriores hasta en los mínimos detalles, y cuyos padres quedan estupefactos después de comprobar sus palabras. También como los adultos que, bajo hipnosis, no dejan de revelar sus vidas pasadas, aliviándose también a veces de una carga difícil de llevar. Una vez más, todo nos lleva a pensar que el espíritu no solamente es nuestra verdadera naturaleza, sino que tiene la extraordinaria capacidad de registrar todo lo vivido. Afirmar que el hombre es un espíritu, que cada uno de nosotros es un espíritu, y que ese espíritu evoluciona hacia el bien, excluye toda forma de condena, de escarmiento y de regresión, lo que no puede sino satisfacer nuestra aspiración a la felicidad. Nuestra filosofía no tendría ningún sentido si omitiéramos mencionar lo que es esencial en nuestro presente, a saber el hombre. El espiritismo aporta a nuestra reflexión, por el recuerdo de nuestra naturaleza humana entre dos encarnaciones, un compromiso cristiano. El cristianismo responde ante todo al amor del otro, sin límites. No tenemos que obedecer a ese amor, tenemos que practicarlo. Por consiguiente, el amor del hombre definido por el profeta Jesús, no debe ser objeto de un culto o de una celebración; lo repetimos aquí, eso le atañe a la religión pero no a la filosofía. Los espíritas consideran, apoyándose en los mensajes que reciben, que la palabra de Jesús ha sido traicionada por todos los que la han encerrado en una jerarquía dominante, más preocupada por su brillo temporal que por el destino de esa palabra. Todo el significado de la encarnación del profeta Jesús tiende a su carácter humano. Haber dado al hombre la naturaleza de un Dios sólo ha hecho que nos alejemos. En resumen, somos deístas porque sabemos que el universo admite su causa paterna. Somos espiritualistas porque sabemos que el hombre no se limita a un accidente biológico y que su verdadera naturaleza sobrepasa los límites de la materia. Somos humanistas porque sabemos ser invitados a vivir juntos y porque el profeta Jesús nos enseñó muy ciertamente de qué manera.

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