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FREUD, JUNG : dos destinos, dos visiones del psicoanálisis
LE JOURNAL SPIRITE N° 108 avril 2017

 
En este artículo no nos detendremos en los trabajos de estos dos hombres, sería demasiado largo y complejo, pero sí sobre los dos puntos principales que originaron su separación: el enfoque del psicoanálisis y el punto de vista espiritual. En efecto, debemos a Sigmund Freud, célebre médico neurólogo austriaco, una nueva concepción del inconsciente como un sistema del aparato psíquico, nacido del rechazo a los impulsos y deseos, y su influencia sobre el comportamiento de cada individuo. Esta “concepción” del inconsciente es de alguna manera una síntesis del trabajo de tres médicos que hicieron estudios profundos sobre la histeria y la práctica de la hipnosis: Jean-Martin Charcot, neurólogo de la escuela de la Salpetrière, Hyppolite Bernheim neurólogo, uno de los fundadores de la escuela de Nancy que se convertiría en un famoso psicoterapeuta y Josef Breuer, fisiólogo austriaco. No obstante, es preciso recordar que esta síntesis referente a la existencia del inconsciente y su acción, permitió el estudio y el análisis de la mediumnidad llamada “de efectos inteligentes”, es decir la mediumnidad que permite la recepción de observaciones intelectuales originadas en el más allá y sometidas al razonamiento, en oposición a la mediumnidad llamada “de efectos físicos” que impresiona principalmente los sentidos. Se citará la mediumnidad de escritura, la mediumnidad de incorporación y la clarividencia mediúmnica, sabiendo que la manifestación del espíritu puede ser impedida, de manera parcial o total, por la influencia inconsciente del médium. Pero este es un asunto que ya ha sido tratado en nuestra revista.

En esa época, es decir entre los años 1880 y 1896, Freud es el líder y el principal teórico del desarrollo de lo que se convertiría en el psicoanálisis. Entonces eran numerosos en Europa y en el mundo occidental los que trabajaban en diferentes aspectos de la psicología humana. En 1906, un joven médico psiquiatra suizo, Carl Gustav Jung, publicó un libro, Psicología de la demencia precoz que hizo llegar a Freud para conocer su opinión. Freud acogió con entusiasmo aquel libro, pues las palabras del joven psiquiatra estaban en favor del psicoanálisis que le era tan caro. A partir de ese momento, Sigmund Freud establecería una continua relación con Carl Gustav Jung. Un primer encuentro tuvo lugar entre los dos hombres a comienzos de 1907. El mismo Jung lo relata en su libro Mi vida. Durante trece horas, los dos hombres hablarían sobre lo que les apasionaba: el psicoanálisis. La teoría de Freud inscribe la relación con la sexualidad en el centro de la experiencia humana; en cambio Jung considera que, si bien la sexualidad es importante en el psiquismo humano, hay también otros aspectos de orden más espiritual. El médico suizo no respalda en su totalidad la teoría de su colega austriaco sobre los orígenes de las neurosis causadas por el rechazo o los traumatismos sexuales. Para él, eso debe ser verdadero en ciertos casos y falso en otros. Para Jung, Freud abrió una nueva vía de búsqueda y análisis y no comprende la indignación de la que Freud es objeto en el naciente mundo del psicoanálisis.

LAS PRIMERAS DIVERGENCIAS 

Pero volvamos a su larga primera entrevista. Para el joven psiquiatra de diecinueve años, Sigmund Freud, entonces de treinta y dos, su superior, era la personalidad más importante que conocía. Lo encontraba “extraordinariamente inteligente, penetrante, notable desde todo punto de vista”, aunque invadido por un vago sentimiento de incomprensión de la personalidad de aquel hombre. En efecto, mientras Freud explicaba su teoría sexual y Jung expresaba sus dudas y objeciones, Freud le oponía su falta de experiencia, y en eso Jung estaba de acuerdo. Pero lo que llamaba profundamente la atención de Jung era la enorme importancia que tenía para Freud la teoría sexual. Hablaba de ella “con un tono apremiante, casi ansioso, mientras se desdibujaba su actitud habitual, crítica y escéptica. Una extraña expresión de agitación animaba su rostro”. Durante aquella misma entrevista, otro tema de conversación fue para Jung “de poca confianza”: la actitud de Freud con respecto a la cuestión del espíritu. Para él, “cada vez que la expresión de una espiritualidad se manifestaba en un hombre o en una obra de arte, sospechaba y hacía intervenir la sexualidad inhibida o, lo que no podía ser interpretado como sexualidad, era para él psico-sexualidad”. A eso, el joven Jung objetaba que esa hipótesis “impulsada lógicamente y a fondo, llevaba a razonamientos que destruían toda civilización, que ésta tomaría la apariencia de una simple farsa, consecuencia mórbida del rechazo sexual”. A eso, Freud respondía: “Sí, es así. Es una maldición del destino frente a la que somos impotentes”. En ese momento, no era posible para Jung ir más lejos en el intercambio, pues no se sentía aún “a la altura para discutir con él”. Aquel primer encuentro impactó e impresionó fuertemente a Jung y llevaba ya en sí los gérmenes de su futura separación. El mismo Freud decía de Jung, y de esta nueva amistad, que era conflictiva, pues había observado “declaraciones equívocas”.
Sin embargo, Freud evitaba evocar y señalar sus divergencias, ya que en ese estado de desarrollo del psicoanálisis, aún naciente en Europa, la escuela de Zurich tenía para él una importancia estratégica. Otro elemento iba a perturbar más profundamente a Jung respecto a los deseos y las intenciones de Freud. Sucedió en 1910 durante un nuevo encuentro en Viena. En su obra Mi vida, Jung relata un hecho de la manera siguiente: “Mi querido Jung, prométame que nunca abandonará la teoría sexual. ¡Es la más esencial! Vea usted, debemos hacer un dogma, un bastión inquebrantable”. Con cierto asombro Jung le preguntó “Un bastión… ¿contra qué?” Y Freud le respondió “¡contra el flujo de lodo negro de… el ocultismo!” Esta conversación molestó y turbó profundamente a Jung. En efecto, Freud veía en él a un hijo, su heredero científico, su sucesor directo. Pero era imposible para Jung hacer un bastión de la teoría sexual, pues para él eso no era más que un juicio científico pero que únicamente respondía a una “voluntad personal de poder” por parte de Freud. En efecto, para Jung, las palabras “dogma y bastión” se asociaban a una indiscutible profesión de fe, y eso no se imponía sino en los casos donde era cuestión de matar una duda. Para él, esta teoría también era “oculta”, pues no estaba demostrada; era simplemente una hipótesis posible que podía ser momentáneamente satisfactoria, pero “no un artículo de fe eternamente válido”. En cuanto al “flujo de lodo negro del ocultismo”, en sus comienzos Freud no se interesaba en este asunto. Muy a menudo y con insistencia, hacía referencia a su irreligiosidad, tenía ideas muy fijas sobre la espiritualidad en el hombre. No obstante había trabado amistad con Frédéric Myers, parapsicólogo inglés, uno de los fundadores de la Society for Psychical Research de Londres de la cual se convirtió en presidente en 1900. Es importante señalar que para esa época, las investigaciones sobre los fenómenos psíquicos y espíritas, y sobre la mediumnidad, gozaban por parte del mundo científico de una escucha mucho más atenta y seria que hoy en día. Pero en este contexto de observaciones científicas, Freud trazaba muy rápidamente una línea de demarcación entre el estudio de los fenómenos parapsicológicos y el psicoanálisis, pues tenía la constante preocupación de ofrecer al psicoanálisis un campo de investigación que le fuera propio. Sobre las experiencias de telepatía diría que eran “pura especulación fantasiosa” y que la transmisión de pensamientos era un funcionamiento normal del psiquismo, sin influencia en el estudio del psicoanálisis. No obstante fue miembro de la SPR de Londres desde 1911 hasta su muerte en 1939.

EL ANÁLISIS DE LOS SUEÑOS

Fue durante un viaje a los Estados Unidos, que las relaciones entre Freud y Jung se distendieron un poco. En efecto, durante ese viaje de siete semanas, los dos hombres habían adquirido el hábito de analizar sus sueños. Un día, Freud tuvo un sueño que Jung trató de analizar más o menos bien, y para afinar su interpretación, Jung le pidió a Freud que le diera algunos detalles suplementarios sobre su vida privada. En aquel momento, el comportamiento “lleno de desconfianza” y la respuesta de Freud “no puedo arriesgar mi autoridad”, engendraron una gran confusión en Jung. ¿Freud pensaba que tenía autoridad sobre Jung, mientras que Jung veía en Freud al hombre maduro y de experiencia, cuya relación amistosa le era particularmente preciosa? Esta respuesta “permaneció grabada” en su memoria, y el que tanto temía perder su ascendiente sobre su colega, fue desposeído en ese mismo momento, pues era evidente que la autoridad personal de Freud prevalecía sobre la verdad. Sin embargo, aquellos dos hombres continuaron analizando sus sueños durante ese viaje, pero de manera aún naciente por parte de Jung. Luego de un sueño muy particular que implicó sentar las bases de lo que más tarde se convertiría en “el concepto del inconsciente colectivo”, Jung prefirió ir en el sentido del análisis de Freud, pues todavía le era imposible oponer otro análisis al fundador del psicoanálisis; en efecto, no tenía suficiente confianza en su propio juicio y aún quería aprender de su colega. He aquí los grandes rasgos de ese sueño relatados por Jung: “Me encontraba en una casa de dos pisos, desconocida por mí, era «mi» casa. Yo estaba en el piso superior. Una sala de estar con hermosos muebles de estilo rococó. En las paredes había colgados preciosos cuadros. Estaba sorprendido de que esa fuera mi casa y pensé «¡No está mal!» De repente, me vino la idea de que no sabía qué aspecto tenía el piso inferior. Bajé la escalera y llegué a la planta baja. Allí, todo era antiguo: esta parte de la casa databa del siglo XV o XVI. La disposición era medieval con baldosas y tejas rojas. Todo estaba en penumbra. Iba de una pieza a otra, diciéndome: ¡ahora debo explorar la casa entera! Llegué a una pesada puerta, la abrí. Detrás, descubrí una escalera de piedra que conducía al sótano. Bajé y llegué a un recinto muy antiguo, magníficamente abovedado. Examinando las paredes, descubrí que entre las piedras ordinarias del muro había capas de ladrillo, el mortero fijaba los trozos. Reconocí que los muros databan de la época romana. Mi interés había crecido al máximo. Examiné también el suelo cubierto de losas. En una de ellas descubrí un anillo. Tiré de él: la losa se levantó, allí también había una escalera formada por estrechos escalones de piedra, que conducía a las profundidades. Bajé y llegué a una gruta rocosa, baja. Entre el espeso polvo que recubría el suelo, había osamentas, trozos de vasos, suerte de vestigios de una primitiva civilización. Descubrí dos cráneos humanos, probablemente muy antiguos, a medias disgregados. Entonces, me desperté”. Lo que interesó principalmente a Freud de este sueño, era el significado de los dos cráneos, y entonces le preguntó a Jung lo que representaban. La interpretación de Freud era que: esos cráneos revelaban un deseo de muerte inhibido por Jung, la muerte de Freud, ese padre al que pensaba representar. Jung se negó a adoptar tal interpretación, consideraba otra, más espiritual, pero por temor de confrontar a Freud, indicó que estos cráneos eran de su esposa y de su cuñada. Esa respuesta, o más bien esa mentira, pareció traer un alivio a Freud. Pero para Jung, el inconsciente, así como los sueños que son su expresión, no podían ser manipulados por las artimañas de la conciencia. Este otro punto de divergencia entre los dos hombres, fue la base de la reflexión de Freud, que sostenía la hipótesis de que “el sueño era una fachada detrás de la cual se disimularía el significado ya existente, encubierto por la conciencia”. A pesar de la pérdida de su autoridad, Freud era para Jung, una “personalidad superior”; lo tenía en alta estima y estaba muy impresionado por su personalidad, teniendo en mucho su amistad. Pero, para Jung era evidente que Freud sufría de una neurosis que descubrió en ese mismo viaje. Ni Freud ni sus discípulos eran capaces de comprender lo que eso podía engendrar, tanto en la teoría como en la práctica del psicoanálisis. Entonces, cuando Freud quiso hacer un dogma de su teoría y de sus métodos, ya no era posible para Jung seguir colaborando con él y se alejó. A eso es preciso añadir también una divergencia muy grande en el enfoque de la espiritualidad por ambos hombres. En efecto, para uno la espiritualidad era sólo sexualidad inhibida, y para el otro, había un interés muy grande por la precognición, la parapsicología y los fenómenos ocultos, así como una verdadera atracción por la vida después de la muerte, que se trasluce como filigrana en sus obras.

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