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                                          ABADÍA DE GLASTONBURY

EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS DIRIGIDAS DESDE EL MÁS ALLÁ
D O S S I E R ENIGMAS DE LA HISTORIA por JOËL FRANCHETEAU
LE JOURNAL SPIRITE N° 80 ABRIL 2010


La abadía de Glastonbury situada en el sudoeste de Inglaterra, en el condado del Somerset fue por mucho tiempo en la Edad Media una de las abadías más poderosas de Inglaterra; únicamente la abadía de Westminster estaba más ricamente dotada y era más frecuentada. Según Giraldus Cambrensis que fue capellán del Rey Enrique II Plantagenet en el siglo XII, allí reposaría el rey Arturo. En 1911, el descubrimiento de un ataúd que contenía los esqueletos de un hombre y de una mujer con la siguiente inscripción descifrada: “Aquí yace el rey Arturo, el que fue y que será” parece confirmarlo. Finalmente en el siglo XV, bajo el impulso de Richard Bere el último abad de Glastonbury, la abadía había visto nacer el culto a José de Arimatea, el tío de Jesús quien, según la leyenda, habría venido a Glastonbury con el niño Jesús, y más tarde habría guardado allí el Santo Grial. Fue para celebrar ese culto que el abad Bere hizo construir las dos capillas “Edgar”. La revelación de Cambrensis, la leyenda arturiana y el culto a José de Arimatea por el abad Bere había contribuido fuertemente a la reputación y al brillo de la abadía a través la Europa Occidental.
En 1907, cuando la Iglesia anglicana decidió adquirir la abadía de Glastonbury por la suma de 36.000£, ésta no era más que una ruina, todo había desaparecido. Después de siglos de abandono, era necesario emprender trabajos de estudio y de investigación; se designó entonces una comisión diocesana para asumir la gestión de las excavaciones. Los trabajos fueron confiados a la Sociedad de Arqueología de Somerset, y la dirección de las excavaciones a Frederick Bligh Bond, un renombrado arquitecto de arte gótico originario de Bristol. Sin que los clérigos y otros administradores comprometidos en el proyecto lo supieran, Bond era miembro de la Society for Psychical Research así como uno de sus amigos, Alleye Bartlet. Este último tenía aptitudes en materia de escritura automática y ambos decidieron explotar esas facultades para facilitar las excavaciones. El objetivo era encontrar las dos capillas que habían sido totalmente destruidas en 1539 por los emisarios de Enrique VIII y nadie tenía ni la menor idea de su ubicación. Para llevar a cabo el proyecto, había dos problemas que superar: por una parte faltaba dinero para emprender las excavaciones sistemáticas (entonces Bond debía contar con su suerte), y por otra parte había otro arquitecto, Caroé, que ambicionaba “preservar las ruinas”. Este último esperaba hacerse una reputación sacando provecho de los eventuales descubrimientos interesantes anticipados por Bond. El 7 de noviembre de 1907, Bond y Bartlet instalados en el despacho de Bond en Bristol, se pusieron a interrogar a los espíritus. Estaban sentados en una mesa uno frente al otro, Bartlet tenía un lápiz en la mano, con una hoja de papel en blanco delante. Bond puso su mano sobre la de su amigo y empezó a hacer preguntas. “¿Podéis decirnos algo respecto a Glastonbury?”. La mano de Bartlet comenzó a moverse. Más tarde, los dos hombres descifraron el mensaje escrito en una pequeña escritura irregular. “Todo conocimiento es eterno y puede adquirirse por simpatía mental. Yo no estaba en simpatía con los monjes. Aún no he encontrado monjes”. A primera vista, aquello parecía prometedor. Bond precisó que podía hacer venir monjes conocidos suyos. Quizás eso ayudaría a establecer el enlace. El lápiz se volvió a poner en movimiento y sobre el papel apareció un dibujo que reconstituía los planos de la abadía a la cual se sumaba un largo rectángulo en un extremo. El plano estaba firmado Guliélmus Monachus, (Guillermo el Monje). Siguieron otros mensajes en los cuales obtuvieron muchas informaciones formuladas en una mezcla de latín de Iglesia e inglés antiguo, lo que hacía pensar que procedían de monjes desaparecidos. En 1908 finalmente se consiguieron los fondos y las excavaciones pudieron comenzar en 1909. Con las informaciones obtenidas, Bond inició las excavaciones con cierta inquietud, esperando que las informaciones fueran correctas. Fue así como se descubrió en primer lugar una capilla en el crucero septentrional de la abadía, luego una entrada, un ábside poligonal y una cripta. Con estos descubrimientos, los medios de la arqueología y de la Iglesia no tenían sino elogios para Bond. Años más tarde, cuando Bond estimó que ya no arriesgaba nada y que había llegado el momento de revelar la forma en que había procedido, escribió en su libro Portón de Remembranza, el modo en que los espíritus de monjes fallecidos lo habían ayudado en sus trabajos de búsqueda. Fue a partir de esa revelación que estalló el escándalo, las autoridades le retiraron el empleo y modificaron muchas informaciones arqueológicas que habían fijado en el sitio de la abadía, y hasta la venta de sus libros fue prohibida en la librería de la abadía. Después de haber contribuido a la notoriedad de Glastonbury con el resultado de sus investigaciones, Bond fue condenado por los mismos que le habían confiado esta misión simplemente por haber querido decir la verdad sobre las informaciones obtenidas.

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